El mensajero
Hace unos meses conocimos a un hombre vestido con sudadera y barbas de Nazareno. Él se ofreció para ayudarnos a mejorar la infraestructura de nuestra aplicación, pero después de explicarle cómo teníamos todo configurado, no dijo nada de interés y se despidió amablemente. Poco después, recibimos un correo electrónico con una lista de sugerencias que volvían del revés, como un calcetín, la base de nuestro stack tecnológico. Nuestra primera reacción fue negarnos rotundamente a tomar en cuenta aquella lista de iniciativas ya que nuestro sistema funcionaba perfectamente y teníamos mucho trabajo pendiente en el backlog de producto.
La primera reacción del ser humano suele ser casi siempre refugiarse en lo conocido, en la
calidez de la cueva donde se siente seguro. Rechazamos de primeras aquellas ideas que
plantean riesgos innecesarios. Que se lo digan a Colón cuando su idea de llegar a Asia navegando hacia el oeste fue rechazada por arriesgada.
Hay un dicho en el gremio que no deja de ser cierto: “Si algo funciona, no lo toques”, pero en el refranero español podemos encontrar otras frases que nos posicionan en la dirección opuesta, como por ejemplo; “El que no arriesga, no gana”. ¿Con cuál quedarnos? Allá cada cual.
La migración
Por lo que sea, algo había hecho clic el equipo; no era algo prioritario y nadie nos lo había pedido, pero por un impulso desconocido decidimos salir de la cueva y migrar a Kubernetes una arquitectura que teníamos ya consolidada. Invertimos nuestro esfuerzo en algo desconocido sin la certeza de que fuera ese el camino correcto o definitivo.
Es lo bueno de los equipos horizontales donde cualquiera puede tomar una decisión. La ausencia de voces autoritarias permite que sus miembros puedan llevar la iniciativa, contrastando siempre con el resto. El problema de este modelo es que cuando las personas que lo integran son gente acomodaticia y sin impulso vital, se corre el riesgo de morir en una balsa que va a la deriva porque nadie rema hacia ninguna dirección concreta. Por suerte no es nuestro caso.
He de confesar que me obsesioné, me acostaba soñando con pods y me levantaba pensando en los archivos de despliegue. Durante esas semanas, fueron varias las veces que el Diablo me susurraba al oído que nuestro antiguo stack estaba genial y no necesitábamos de toda esa parafernalia que estaba trenzando. Cuando me miraba en el espejo del baño, observaba como mi barba se iba asemejando a la de aquel tipo que nos había enrolado en aquella aventura como el capitán Araña (o Arana) quedándose él en tierra.
El miedo
¿Es lógico tener miedo al fracaso? ¿Es humano amar la estabilidad y repudiar las ideas innovadoras y desconocidas? La respuesta es sí, tanto como el anhelo de un futuro mejor.
La esperanza y el afán de ser felices es lo que mueve a un ser humano.
Eso nos dijo el sacerdote a mi señora y a mí en los cursos prematrimoniales. Reflexioné unos minutos sobre ello mientras me atusaba en el baño mi nueva barba de profeta. Entonces también recordé el día en el que decidí presentarme a unas elecciones municipales con tan mala suerte de ganarlas.
- ¿Pero dónde vas? Si te da pánico hablar en público. Si eres incapaz de afrontar un problema… no te va a gustar… estás bien donde estás… – me decía la oscuridad de la cueva minando mi moral.
Por aquel entonces era un programador de JSPs. Corría el año 2011 y las tendencias ya iban por otros derroteros. Pero yo era el puto amo, el jefe, el rey de las cortezas. Todo pasaba por mí en la empresa familiar situada en la calle Goya. Trabajaba con auténticos amigos y lo pasábamos bien. ¿No era aquello felicidad? ¿No había conseguido el objetivo que mueve a los seres humanos según decía aquel cura que ofició nuestra boda?
En un abrir y cerrar de ojos estaba gestionando los autobuses y la radio municipal de una población de más de 50.000 habitantes. Aprendiendo a gestionar un presupuesto considerable con la presión que eso supone. A los dos años, el Consorcio Regional de Transportes reconoció mi trabajo con el premio al mejor concejal del ramo de la Comunidad de Madrid. ¿Por qué? Porque abracé el reto y puse todo mi esfuerzo para salir de la cueva.
Pasé metafóricamente de un stack tecnológico seguro que sabía que funcionaba bien a otro desconocido como Kubernetes. Aprendí, en un puñado de meses, lo que la experiencia y el día a día te brindan si abres tu mente y eres generoso en el esfuerzo. Entendí, por primera vez, que el futuro y lo novedoso no deben asustarnos. Lo que nos debe asustar de verdad es mirar a la cara del pasado, a la certeza de lo escrito y darte cuenta de que ya no es lo que era, se ha vuelto ceniciento y gris porque nunca tuvimos la osadía de intentar nada nuevo que lo hiciera más emocionante.
Comer cebolla, cagar cebollar. Así lo define mi amigo Óscar y lleva razón.
Como la vida misma
Volviendo al presente que nos ocupa… Teníamos ya el cluster de Kubernetes montado, nuestros microservicios se despedían con cierta nostalgia de sus viejos amigos: Eureka y Spring Gateway. Le daban ahora la bienvenida a sus nuevos aliados: los secretos, los despliegues y el autoescalado.
Como la vida misma, un chorreo de llegadas y partidas, de personas que jamás vuelves a ver por mucho que te importen y de otras nuevas que te brindan su amistad y su apoyo sorprendiéndote gratamente.
La arquitectura de la vida es un cluster Kubernetes.
Nunca sabes que pod se va a levantar en cada momento ni cual va a fallar desapareciendo
irremisiblemente. Lo que debemos hacer reunir el valor necesario para vivir la incertidumbre con emoción y esperanza. Cómo lo hacía, el Jabato de Victor Moraga, un héroe de antiguos tebeos.
Otro buen ejemplo es el de mi hija pequeña, que también está aprendiendo los entresijos de la vida:
“Este es el mejor día de mi vida, papá, voy a ir al cine por primera vez”,
“Este es el mejor día de mi vida porque voy a subir en noria por primera vez”
“Si me tiro por esa rampa de hielo porque doy la altura va a ser el mejor día de mi vida”, etc.
Y es cierto, hoy es el mejor día de nuestra vida porque no sabemos quién va a llamar a nuestra puerta para ofrecernos una nueva oportunidad. Debemos vivir con la ilusión de un niño, no criticar a aquellos que se atreven a soñar en voz alta y además comparten con nosotros sus anhelos.
Todos forman parte del cluster en el que nos ha tocado vivir, escalar y desarrollarnos. **
Por tanto, si un día estás sentado en un banco esperando el autobús y alguien te dice: «la vida es como un cluster Kubernetes porque nunca sabes que pod se va a levantar», no le desdeñes o hagas oídos sordos. Tal vez no esté loco y sepa bien de lo que habla.
Ojalá el año 2023 nos depare más incertidumbres que certezas.