La paradoja de nuestras limitaciones
Escuchando al doctor Mario Sabán durante una clase sobre las 22 letras hebreas vino a mí el recuerdo de algo de lo que siempre quise hablar; ese insight, a partir del cual uno se da cuenta de que todo está unido, de que los límites que separan las cosas son una ilusión, una mera convención cognitiva.
Ahí estaba yo, que en ese momento era un estudiante de Cabalá, escuchando conceptos milenarios de la tradición mística judía y teniendo un insight: toda limitación estructural es paradógica pues, en realidad, no existe… (aunque exista)
Procesamos la realidad por lotes, identificamos los temas encapsulándolos en burbujas contextuales, recortamos ideas, trocitos de «algo», como si esas ideas se pudieran desapegar o recortar de donde estaban. Como si el yo que está jugando con sus hijos no fuera el mismo que está en una reunión de trabajo hablando de patrones de diseño.
Es importante comprender bien lo que la palabra holismo significa, y el significado de holismo no tiene límites. Yo no estudio algo que está «fuera de mí», de la misma manera que no se puede estudiar la vida, por ejemplo, sin estar vivo. Es imposible. Estamos metidos, inmersos dentro de niveles de realidad y el holismo tiene que ver con transitarlos, ir y venir, atravesarlos. Por lo tanto, lo que sea que estamos viendo, estudiando, o aprendiendo es desde nuestra experiencia en ello. Conocimiento es experiencia.
Por ejemplo, imagina que nosotros decimos que vamos a aplicar el sistema de letras hebreas. Nos dice el profesor: “Vamos a empezar a pensar en la Alef como una energía de aplicación directa.
La Alef me está diciendo que todo es Uno, que todo mi interior tiene que unirse en un punto. La letra extrae un lado oscuro, sin luz, que no podemos ver, y lo hace visible. Tiene dos niveles: uno revelado (quienes somos, lo que aparece en el DNI, el aspecto físico…) y uno oculto que puede ser sombra (o luz oscura). Aquello oculto que ignoraba y, por algún motivo siempre ha estado unido a mí. Es un cambio en la percepción.”
Culturalmente se nos enseña a buscar lo oculto en el inconsciente, y en algún momento me di cuenta que lo “oculto” se ocultaba por las limitaciones estructurales que yo tenía. Digamos que nuestra capacidad de percepción crea “recipientes sutiles” y finitos. Digamos que comprendemos lo que nuestra comprensión es capaz de albergar. Si nuestra comprensión mide poco la cantidad de “cosas ocultas” que van a caber va a ser poca, independientemente de lo que éstas sean.
Sigue Mario Sabán: “Por ejemplo: hay un nivel de sonido que los perros oyen y nosotros no, porque no somos conscientes de ello. ¿Cuántas cosas percibimos de las que no somos conscientes? No es una cuestión Freudiana psicoanalítica de que yo esté reprimiendo algo, igual que yo no estoy reprimiendo oir el sonido que oye el perro. Ignoro cosas porque no las capto, pero mi mente sí las capta.”
La clave no es si yo soy capaz de captar altos grados de consciencia, sino de que efectivamente mi mente SI los capta por su naturaleza, está hecha para captar mucho más, su potencial viene diseñado de serie con un rango de prestaciones mucho más amplio. Cuando comprendemos algo, lo que estamos haciendo es establecer un límite que lo contenga. Si llenamos un vaso con el agua del mar, el vaso está comprendiendo el mar porque un trozo de ese mar está dentro del vaso, pero el vaso no puede comprender todo el mar. ¿O sí?. Para que el vaso pudiera comprender todo el mar debería aumentar considerablemente su tamaño…
Y sigue el profesor de letras hebreas alimentando mi insight diciendo: “Imagina un cuadro donde yo estoy mirando lo que miro y el artista me oculta algo que no veo y de repente el artista se olvida de que lo puso. Entonces estamos todos viendo algo que NO vemos y, al mismo tiempo SÍ lo vemos… La paradoja de nuestras limitaciones es que nos afectan cosas que no percibimos conscientemente.” Pero están ahí.
Eso es! Lo holístico amplía tu capacidad de percepción, tu vasija de comprensión, hasta donde realmente da… Es un darse cuenta en el que se “entra” simplemente “sospechando”. Sospechando que hay niveles de la realidad en los que de entrada no puedo entrar pero que, de hecho, existen. En esos niveles de realidad uno efectivamente se da cuenta de que el desarrollo web, la psicología, el relato mitológico tanto oriental como occidental, la impresión 3D, la ciencia, el arte, la poesía o la visualización de datos son nubes de conceptos extrapolados de una realidad común.
Desde la ilustración, la modernidad y el positivismo los racionalistas se han encargado de hacernos creer que hay cosas que no existen “porque no las oímos”, «porque no las vemos». Para ellos solo hay vasos, límites, sólo hay lo que hay dentro.
En un momento de intensa crisis existencial obligué a mi razón a operar fuera de “mi” razón y “ahí” había cosas… o mejor dicho, había un orden estructural mental mucho más grande. La razón, en tanto limitación que es, nos hace creer que más alla de ella no hay nada. Es una estructura restrictiva, en cábala lo llaman Jojmá y en astrología sería el equivalente a la función Saturnina de limitación por la necesidad misma de seguridad.
La única función de la razón es la de medir. Ya los presocráticos de la Grecia antigua lo sabían. Cuando razonamos estamos aplicando una medida a las cosas, estamos estableciendo un simple consenso a través del cual podemos convencernos de que todo el mar puede caber dentro del vaso de la comprensión. Y eso está genial pero el problema aparece cuando nos lo creemos.
Alguien dijo: “el racionalista está tan loco como el loco”.
Para entender la “paradoja de nuestras limitaciones” imagina que te has lanzado desde un avión a 5000 metros de altura. Tus creencias, tus “verdades”, que ni siquiera son tuyas porque las has heredado de otros, son el paracaídas. La razón es inherente al ser humano y cumple una función, la necesitamos como un paracaídas para operar en el mundo, nos sostiene, nos frena de caer en el abismo, pero de la misma manera que nos “salva” de la caída nos hace olvidar que caemos. Y es que todo «se cae» constantemente, infinitamente. La buena noticia es que en realidad nunca chocamos con el suelo sino contra diferentes capas de nuestra propia comprensión. Hay que percibir más allá del paracaídas, es decir: la humedad del ambiente, el viento, la luz del sol calentando nuestra piel y la hermosamente lejana tierra, por ejemplo.
Nos caemos desde hace mucho tiempo, nos caemos desde Adán y Eva si se quiere, y nuestro planeta también se cae en todas direcciones en un vasto espacio que también se cae dentro y fuera de sí mismo… ¿seremos capaces de escuchar ese sonido que oyen los perros?
Sergio Forés.